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CINE

Adorable gatito robando corazones y premios

Flow ganó el Oscar como mejor film de animación.

Moira Soto

29 de marzo de 2025 00:04 h

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En ocasiones, felizmente, vale dejar de quejarse y poder reconocer cuando un premio de la industria del cine, votado por miles de personas de todo tipo y pelaje –que en sus casi cien años de existencia ha cometido injusticias flagrantes– de verdad pega un volantazo y favorece con sus doradas estatuitas a artistas y films que se salen abiertamente de cánones más o menos establecidos. Que es lo que ha pasado en la reciente entrega de los Oscar al distinguir como mejor película a Anora, cuya protagonista es una stripper y prostituta muy profesional, capaz de defenderse con gran dignidad; a su director Sean Baker, un independiente inclinado a rescatar y valorar a marginados/as; a la actriz principal Mikey  Madison, que dedicó su triunfo al gremio de las trabajadoras sexuales; al guion del propio SB, que a su vez agradeció con mucho respeto a las chicas del oficio que le habían confiado sus historias. Pero eso no es todo, amigos/as cinéfilos/as: Anora cosechó también el Oscar al mejor montaje.

Bueno, de lo que quedaba en términos de injerencia estadounidense en la producción, el trofeo a mejor actor fue para Adrian Brody (El brutalista); el guion adaptado para Cónclave (con su radical giro final inclusivo, en contra de la ortodoxia de siempre de la iglesia oficial); Zoe Saldaña ganó en rol secundario, un magro consuelo para el film Emilia Pérez, como se sabe, favorito de discutibles méritos hasta que se desempolvaron viejos tuits racistas de la actriz protagonista, Karla Sofía Gascón; el secundario masculino se lo llevó Kieran Culkin, por Un dolor real, que se mandó una prédica provida que encantó a algunos sectores católicos y a conservadores en general.

Brasil y Letonia celebran con alborozo su primer Oscar

Pero la Academia, pomposamente llamada de Artes y Ciencias Cinematográficas desde 1927, tornó a sorprender doblemente premiando a films de países nunca oscarizados: Aún estoy aquí, del Brasil, enfoque muy crítico sobre el accionar de la dictadura; y –aquí llega corriendo, nadando nuestro gatito del título– como mejor film de animación, Flow, nada menos que de Letonia (no confundir con Lituania, un vecino más conocido). Flow, un título que remite al concepto de flujo, de fluir en sus distintas acepciones, y que –para su difusión internacional– fuera aceptado por el director Gints Zilbalodis, que originariamente llamó a su obra Straume, en letón: arroyo. Una modestísima producción de 3 millones y medio de dólares, contra los 200 de la misma moneda que salió Intensamente 2, una de sus competidoras en los Oscar. Para su segundo largo –el primero, Otra parte, lo hizo solito con su computadora y, aunque premiado, tuvo menos repercusión– este cineasta autodidacta que solo se formó en Bellas Artes, consiguió aportes financieros y técnicos de Francia y Bélgica.

Como Flow lo prueba en su manera de presentar a los animales, sus comportamientos, con sus propias voces, GZ es una persona bichera por excelencia, que ama y respeta a diferentes especies. Y que vio la noticia de su candidatura al Oscar tirado en una cama mordisqueando una manzana y convidando a su perro labrador, con el que se abrazó al saber que estaba nominado. Por otra parte, el gato gris que conduce la acción de Flow fue inspirado por un felino que tuvo en la adolescencia, que ya murió. Dicho animal, cuando Gints terminaba la secundaría, fue su musa para la realización de un corto, Acqua, en azul, celeste y blanco que realizó en su computadora.

Tanto Brasil como Letonia realizaron festejos callejeros por haber logrado por vez primera, respectivamente, el premio internacional más famoso, de mayor peso en la difusión. A la llegada a su ciudad, Riga, Zilbalodis sacó el Oscar de su mochila, lo levantó y fue vivado por gran cantidad de orgullosa gente letona que lo esperaba. Cabe remarcar que el joven (30) director viene recibiendo un diluvio de premios de festivales, de asociaciones de críticos y de otras instituciones. Y hay que ver la calma feliz y la sencillez con que los agradece, la paciencia y buena onda con que responde a incontables entrevistas.

Un artista irreductible en su independencia

Acaso debido a su juventud, el tema del viaje como metáfora del crecimiento, del aprendizaje y la evolución le interesa particularmente a este talentoso e inspirado director que en Otra parte (2019) contó la aventura de un niño que, en la primera imagen aparece colgado de un árbol, con un paracaídas sujeto en la espalda. Un avión se ha estrellado y él se ha salvado: es de suponer porque GZ nunca da muchas explicaciones porque prefiere que el espectador ponga en marcha su imaginación. El chico encuentra un mapa y una moto en una cueva y se las arregla para sortear escollos y llegar a buen puerto, perseguido cada tanto por una gran forma oscura, simiesca, y acompañado por un pajarito amarillo. A los 25, pues, Gints ya mostraba su mirada poética sobre la naturaleza, su tendencia a los planos largos, a ciertos recursos del video juego.

En Flow, actualmente en cartel, el protagonista es este lindo gatito cuyo nombre –puesto por algún humano, quizás escultor en la casa que se ve al comienzo– no conoceremos porque a lo largo de la peripecia de zafar del agua que empieza a subir, solo encontrará animales en manada o en bandada. Y entrará en relaciones más cercanas con un labrador, un lémur, un ave zancuda y un carpincho. Justamente, representantes de especies que provienen de zonas de la tierra alejadas entre sí. Cada bicho con su auténtica voz grabada en distintos tonos según la circunstancia, exceptuando nuestro carpincho que emite un sonido muy chillón. Así que fue “doblado” por la voz de un camello joven.

El animador, el guía de esta odisea es el gato que, superando su proverbial miedo al agua, saliendo del individualismo que caracteriza a estos felinos se va integrando a un grupo donde el perro, al revés, debe dejar atrás su espíritu dependiente de un amo, adquirido en la domesticación; al lémur le toca soltar su afán acumulador; el ave abandona su clan que no acepta que haya defendido al gato. Y el carpincho tendrá que abreviar sus largas siestas.

La reunión tiene lugar en un velero abandonado. Es decir, uno de los rastros de que por ahí pasaron seres humanos. Pista a la que se suman las grandes esculturas de gatos que son cubiertas por las aguas en los primeros tramos; las evocadoras ruinas de antiguos edificios alcanzados por la inundación, los objetos que encuentra el “consumista” lémur. Todo con el telón de fondo de un verdor que comienza a perecer, bellísimos paisajes trabajados de modo pictórico, que contrastan con la terminación más cruda de pieles y plumas del quinteto, dando al film esa condición inmersiva buscada por el realizador que siempre sostiene el punto de vista del gato. Que, claro, es el del propio público que se cae al agua con él, toca fondo, resurge, descubre mundos perdidos, tiene la vivencia de momentos dramáticos, de momentos graciosos. Siempre dejándole lugar al misterio, a las posibles lecturas de quien mira. Y de pronto, fugazmente, cerca del final, en un recodo del camino los restos de un anfiteatro griego, de un templo: por allí vivieron seres humanos, allí hubo arte, cultos…

En los reportajes, el cineasta no descarta la alusión a un desastre ecológico provocado, pero tampoco lo afirma. Elige la ambigüedad. Sin embargo, la inquietante pregunta acerca de qué planeta le dejaremos a nuestros descendientes queda flotando en la atmósfera de este film tan único, aunque se le noten influencias muy tamizadas. Por caso, un Hayao Miyazaki sin alardes ni sobrecarga de referencias, con un ideario más transparente.

Con su pequeño bestiario que aprende a convivir, a desarrollar habilidades desde un comportamiento propio de animales, con otras formas de inteligencia y algunas emociones primarias semejantes. Cuando el gatito se acerca a la enorme ballena moribunda que se ha quedado sin agua, hay una forma de compasión en su gesto espontáneo. Algunos críticos han visto en esta escena un rasgo de humanización. Al fin y al cabo, por más independiente que sea, el gato ha sido hasta cierto punto domesticado. Por su lado, Gints Zilbalodis parece resuelto a preservar su libertad como creador a pesar de las ofertas de grandes estudios que está recibiendo. Él declara que opta mantenerse como independiente, por seguir siendo más experimental. En todo caso, seguirá el camino de la coproducción sin imposiciones ahora que, como el gato, aprendió a trabajar en equipo haciendo Flow.

MS/MG

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