Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Trump eleva sus exigencias a Zelenski mientras Putin plantea apartarlo
La 'burbuja' de universidades privadas obliga al Gobierno a endurecer los requisitos
Opinión - ¿La amenaza es rusa o estadounidense? Por Rosa María Artal

Creatividad literaria

La escritora Chimamanda Ngozi Adichie en una lectura de su novela 'Dream Count' el 19 de marzo, en Berlín.
27 de marzo de 2025 22:43 h

3

La nueva novela de Chimamanda Ngozi Adichie, la escritora nigeriana, cuenta la historia de cuatro mujeres relacionadas entre sí, africanas que viven o han vivido en Estados Unidos. La historia más poderosa de Dream Count, recién publicado en inglés, es la de Kadiatou, una mujer de Guinea que pide asilo en Estados Unidos y acaba trabajando en un hotel en Washington. El personaje está inspirado en lo que le pasó en la vida real a otra guineana, Nafissatou Diallo, la mujer que en mayo de 2011 era camarera de piso en un hotel de Nueva York y que acusó de asalto sexual a un huésped, Dominique Strauss-Kahn, entonces director del Fondo Monetario Internacional.

Ha pasado poco más de una década, pero pensando en el caso, que yo también cubrí como reportera entonces en Nueva York, aquello parece otro planeta. Antes de que #MeToo fuera una etiqueta, antes de que las redes sociales fueran tan relevantes en la opinión pública, antes de que hubiera una conciencia más clara en Estados Unidos y otros países sobre cómo tratar los casos de acoso sexual en la prensa e incluso ante la justicia. Entonces, periodistas y colegas salieron a defender a Strauss-Kahn en Francia y también en España. Los tabloides y los tertulianos persiguieron y difundieron estereotipos y bulos sobre Diallo. 

En ese contexto, la Fiscalía abandonó el caso penal no porque dudara de los detalles del relato del asalto repentino y brutal, sino porque temía que Diallo no fuera la testigo perfecta. No había dicho la verdad durante su proceso de petición de asilo años antes, y, aunque eso no tuviera relación con el caso, bastaba para que no fuera creíble a ojos de un jurado. En 2011, entrevisté a Letitia James, entonces concejala y hoy fiscal general de Nueva York. “La víctima está siendo sometida a un escrutinio nunca visto. No existe la víctima de violación perfecta”, me decía. “Tiene derecho a un juicio... No debe ser juzgada por el público, sino por un jurado, que analice las evidencias, que las hay”. 

Diallo no abandonó la vía civil y Strauss-Kahn acabó pagando en un acuerdo extrajudicial en 2012. Hoy una piensa que la historia no habría transcurrido así, pero entonces la persecución a la mujer que se había atrevido a denunciar desde una posición de debilidad fue abrumadora. 

Adichie no utiliza ahora su nombre en la novela, inventa los detalles de su pasado y sus sentimientos para crear el personaje de Kadiatou, pero utiliza el relato judicial y médico a través de las entrevistas y las investigaciones periodísticas publicadas. “El relato de Nafissatou Diallo del asalto era sagrado”, explica la autora. A partir de ahí, imagina su posición e intenta darle una justicia poética a ella y a su hija al final del caso penal a través de la ficción. 

“El impulso creativo puede surgir de la urgencia de arreglar algo que está mal, aunque sea de manera oblicua. En este caso, se trata hacer justicia a través de la escritura en el equilibrio de las historias. Nifassatou Diallo había acusado a un hombre tan conocido y tan obviamente en el ojo público que era imposible reducirlo a una sola cosa: un hombre acusado de asalto sexual. Pero ella se convirtió, en la imaginación pública en la mujer cuyo caso contra un hombre importante fue retirado porque decían que había mentido”, escribe Adichie en la nota de la autora que dice la editorial le pidió a incluir para aclarar que su personaje y lo que le ocurre no es exactamente la persona en la que se inspira y así evitar posibles querellas. Para la escritora, el retrato de brocha gorda que quedó fue el impulso para “crear un personaje de ficción como un gesto para recuperar la dignidad”, con una mezcla de “crudo realismo, pero tocado por la ternura”. “La razón de ser del arte es mirar a nuestro mundo y que te conmueva, y de ahí intentar verlo de manera más clara”, escribe sobre su intento de humanizar a la mujer y recordar lo básico: “Una víctima no tiene que ser perfecta para merecer justicia”.

“Las historias mueren y desaparecen de nuestra memoria colectiva simplemente por no ser contadas. La literatura mantiene la fe y cuenta la historia como recordatorio, testigo, testamento”, escribe Adichie. 

La creatividad literaria es sin duda infinita. La información para inspirarse es tan abrumadora como la avalancha de bulos, falsedades y mala fe que circula. 

El caso del libro del escritor Luisgé Martín es todavía un asunto judicial en el debate de hasta dónde llega la libertad de expresión cuando están en juego los derechos de otras personas, especialmente cuando no se trata de personajes públicos y cuando son víctimas. Pero, incluso dejando aparcado ese debate, una pregunta relevante es para qué alguien en una posición de poder -como un escritor con una editorial grande detrás- utiliza su libertad de expresión y su creatividad literaria. Para qué utilizar ese poder es, en primer lugar, una elección del escritor y de su editor. Luego viene la del lector.

Chimamanda Ngozi Adichie ha elegido utilizar su poder creativo y editorial para, con mucho cuidado, humanizar a una víctima y poner en nuestra cabeza otra imagen de ella. Nuestra atención es el bien más precioso, y el dinero y el tiempo de las editoriales son limitados. Yo tengo claro que Adichie se los merece. Y mucho.

Etiquetas
stats