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Estrena Movistar+ el 11 de febrero So Long, Marianne, una miniserie de ocho capítulos que narra la relación entre Leonard Cohen y su musa, Marianne Ihlen, durante la década de 1960. Ambientada principalmente en la isla de Hidra, donde se desarrolló su sinuosa historia de amor, esta biografía también refleja cómo la pintoresca comunidad de artistas expatriados en Grecia supuso un ejemplo redondo de la bohemia de una época en la que el cantante todavía era un escritor desconocido. Quizá por el origen de Ihlen, el trabajo viene coproducido por la televisión Noruega, junto a Canadá y Reino Unido, lo que supone una mayoría del equipo del país nórdico, entre los que curiosamente figura como guionista Jo Nesbø, el autor superventas de thriller.
La serie sirve de contrapunto, ampliado y extendido, del documental de Nick Broomfield, Marianne and Leonard: Words of Love de 2019, que ya exploraba el complicado viaje del cantautor y la musa que inspiró varias de sus canciones más populares. La recreación del director noruego Oystein Karlsen empieza en 1960, cuando Cohen, entonces un poeta de Montreal en apuros que escapaba del negocio familiar, conoció a Ihlen, interpretada por Thea Sofie Loch Naess, que estaba casada con el novelista noruego Axel Jensen, con quien tenía un hijo. Algo que no les impidió iniciar una relación que duraría más de una década. El actor y músico Alex Wolff es el elegido para ponerle cara al escritor, para lo que pasó 18 meses estudiando entrevistas, perfeccionando la voz, los gestos y el estilo de tocar de Cohen, interpretando él mismo sus temas frente a cámara.
La verdadera protagonista, sin embargo, es la propia isla, un contexto para el desarrollo del cantante que marca una etapa idílica en su vida. Cohen escribía diligentemente cada mañana mientras nacía su amor por Ihlen, quien envió a su hijo a vivir con su abuela en Noruega para centrarse en su vida con el artista en su refugio bohemio, donde los escritores australianos Charmian Clift y George Johnston acogieron al cantante sin pagar alquiler.
La producción ha hecho un esfuerzo por rodar en esta localización, donde no está permitido el uso de vehículos y el equipo tuvo que ser transportado en burros, pero es una cápsula del tiempo perfecta para imaginar al autor en su hábitat, que es ahora también el destino de muchos fans que buscan su casa o lugares favoritos, un lugar icónico e idealizado, pese a ser un paraíso de dos caras.
So Long, Marianne retrata Hidra como el perfecto escenario para el amor y la inspiración creativa, pero también para luchas y tragedia. Aunque Grecia ofrecía libertad artística y belleza, también evoca elementos más oscuros, ya que muchos de los beatniks que se reunían allí sucumbieron al alcohol, relaciones fracasadas y conflictos personales. Aunque no se explora demasiado, el hijo de Ihlen sufriría especialmente las consecuencias de este ambiente inestable y desarrolló problemas psiquiátricos que persistirían a lo largo de su vida. La relación se dibuja a la vez como producto y víctima de la contracultura de los años 60, puesto que evolucionó a medida que la carrera de Cohen cambiaba de rumbo, pasando de Hidra a Oslo, Montreal y Nueva York, donde el poeta en apuros se convirtió en una superestrella de la música.
En constante lucha contra la depresión, al darse cuenta de que no podía mantenerse sólo con la literatura, se dedicó más a la música, con una proyección internacional que la serie recoge en algunas secuencias que niegan el aura mítica a momentos como su encuentro con Warhol o la grabación de Suzanne por Judy Collins. Pero lo interesante es cómo se dibuja esa etapa que en otros biopics musicales suele suponer el elemento más atractivo, mientras aquí vemos el contraste de los entornos que rodean su éxito, los clubs oscuros y los hoteles mugrientos, con el sol del edén griego que representa su amor con Marianne. La fama provocó una decadencia que le transformó y llevó a periodos de separación de la pareja cada vez más largos, que unidos a los excesos de sexo y droga, desgastó poco a poco el romance, pasando de «vivir juntos todo el año a sólo dos días al año», como comentaba el propio cantante.
Aunque la historia de amor que narra So Long, Marianne es el eje principal, el arco trata de representar el coste de perseguir una vida artística, un poco al estilo del cine de Damien Chazelle. La búsqueda de libertad y autodescubrimiento en las islas conllevaba también un peso agridulce, de alguna manera como esos romances de verano que dejan un poso melancólico de nostalgia y vacío, aunque el lugar aquí se dibuja como la razón invisible por la que la relación de Cohen e Ihlen tendría un impacto duradero a través de su música y su continua conexión a lo largo de sus vidas. La relación terminó cuando Cohen conoció a Suzanne Elrod en 1969, pero éste siguió apoyando económicamente a Ihlen, que regresó a Noruega, donde trabajó en una empresa de plataformas petrolíferas y acabó casándose con un ingeniero.
So Long Marianne ha sido bendecida por la familia de Cohen pese a que evita la hagiografía, retratando a la pareja como jóvenes complejos y llenos de defectos. El final llega hasta su separación, pese a que luego mantuvieron una conexión periódica que tiene una conmovedora coda en 2016, mostrando cuando la leucemia estaba a punto de llevarse a Ihlen y Cohen le envió una carta que ponía «Sólo estoy un poco detrás de ti, lo bastante cerca para cogerte la mano... Nunca he olvidado tu amor y tu belleza... Buen viaje, vieja amiga. Nos vemos en el camino».
Él la seguiría solo tres meses más tarde. El legado de su relación quedó grabado en la canción que da título a la serie y otras también inspiradas en su musa, como Bird on the Wire, que se convirtieron en clásicos. Sus cartas de amor se vendieron en una subasta por 870.000 dólares, y sus beneficios ayudaron a asegurar el futuro del hijo de Ihlen.